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Promover el bienestar psicológico en los centros educativos: un reto incuestionable

Una de las consecuencias positivas (no hay muchas, por cierto) de la experiencia vivida durante y tras la pandemia ha sido, con pocas dudas al respecto, la visibilización de la salud mental en el debate social y político en nuestra sociedad. Y, afortunadamente, parece haberlo hecho para quedarse. Con todas las oportunidades que esta circunstancia representa para la mejora de nuestra organización social y estilo de vida, si bien no sin riesgos en el caso de actuar de manera inconsistente, partidista y alejada de la evidencia científica.

La quiebra de nuestra sociedad en materia de salud mental y bienestar psicológico y, en concreto, de la franja de población que acoge a nuestra infancia, adolescencia y juventud viene ya de lejos, advertida de forma profusa por la investigación desde, al menos, una generación, y fundamentada en muy diferentes variables que, lógicamente, deben tener que ver con los cambios vertiginosos sufridos en muy poco tiempo en ámbitos de especial relevancia, todos ellos relacionados con nuestro modelo de vida, en sus múltiples dimensiones.

Si algo hemos podido constatar en estos últimos años es que la salud mental se juega de modo significativo en las distancias cortas (Luengo, 2022).

“Reflexionar sobre nuestra salud mental supone pensar, también repensar, qué modelo de sociedad hemos creado, el valor de la equidad como respuesta a la vulnerabilidad y desigualdades, cómo vivimos, cuáles son las prioridades, cuáles los principios y valores que guían la vida cotidiana, nuestras rutinas e inercias.

Y el mundo que estamos dejando a los pies, y ante sus ojos, de nuestros niños, niñas y adolescentes. Es importante, claro, la apuesta por mejorar nuestro ordenamiento jurídico en materia de derechos, especialmente de los más desfavorecidos, Pero no basta, no debe bastarnos con el dictado de los boletines y la doctrina oficial. De cuánto de críticos seamos con lo que realmente estamos haciendo con nuestras vidas y el presente y futuro de la infancia y adolescencia depende el «norte» hacia el que nos dirigimos”.

Y, en este contexto, el papel del sistema y de los centros educativos adquiere una relevancia sin igual, un reto incuestionable que hemos de afrontar de manera decidida, gestionando de manera consecuente y valiente la administración de valores, objetivos, tiempos, espacios, contenidos y relaciones interpersonales para un nuevo siglo, para una escuela inmersa en una sociedad cambiante, en un mundo cambiante, con un futuro incierto para nuestro modo de vida y la concepción misma del ser humano.

La práctica de la mejora en el bienestar psicológico en las comunidades educativas debe orientarse desde la perspectiva de lo que la evidencia científica nos señala sobre la práctica de acciones eficaces.

En el post “Promover el bienestar psicológico en los centros educativos: la necesidad de actuar con criterio” (Luengo , 2024), se proponen una serie de ideas esenciales en la configuración de programas para la promoción del bienestar psicológico y la prevención de los desórdenes psicológicos en los centros educativos.

A saber:

  • Las intervenciones deben basarse en la evidencia científica e incorporar claves para la detección de efectos y consecuencias adversas.
  • Atender la promoción del bienestar psicológico y prevenir desajustes emocionales con niños, niñas y adolescentes (y jóvenes) en las escuelas es necesario. No obstante, es indispensable conocer que pueden producirse efectos iatrogénicos indeseados en algunos de los participantes en los proyectos si las acciones no se ajustan a programas testaddos.
  • No todo lo que hacemos para prevenir estados inadecuados en salud mental con las poblaciones a las que nos referimos es adecuado para todos los que participan en este tipo de programas. La valoración de cada contexto de aplicación de actividades se entiende imprescindible, especialmente en lo que se refiere a chicos y chicas con mayor riesgo y vulnerabilidad.
  • Considerar la acción de promoción del bienestar psicológico y de detección y prevención de desórdenes emocionales desde los modelos puros de «charla-conferencia» debemos darla definitivamente por superada. Son los modelos dialógicos y participativos los que mejores respuestas parecen aportar a la necesidad que los hace aflorar.
  • El trabajo en los centros educativos en estos contenidos requiere de una planificación que supere la acción episódica (interna y/o externa) y esencialmente reactiva y se incorpore de modo sistémico y estructural en programas específicos, para toda la comunidad educativa, enmarcados en el proyecto educativo de cada centro e incardinados especialmente con planes como la acción tutorial, la atención a la diversidad y la promoción de la convivencia (y ciberconvivencia) pacífica y democrática, la promoción del cuidado y el buen trato entre las personas y la prevención del maltrato y la violencia.

Es imprescindible trabajar con rigor y con evidencia. Lo contrario puede convertirse una serie de acciones en modo pim-pam-pum, de escasa repercusión en la población con la que actuamos.  “No es fácil responder a las demandas de una sociedad tan cambiante y «ruidosa». Y los centros educativos se ven inmersos en presiones para, no solo dar respuesta a nuevas necesidades, sino, incluso (de manera desproporcionada) resolver los riesgos que conllevan; pero, los modelos de prevención en la escuela no están acertando ni se ajustan a la evidencia científica sobre sus parámetros de eficacia. No bastan las buenas intenciones ni las acciones aisladas e implementadas como adherencias escasamente imbricadas en los proyectos de los centros educativos. No son suficientes los programas que se asientan en la idea de que el conocimiento experto viene exclusivamente de fuera, de otros, que entran, exponen, cubren un tiempo y un espacio… Y se van”. (Luengo , 2025).

El tiempo es ahora. El momento es ya. En un contexto que favorezca la vida en la escuela desde una perspectiva de comunidad. Trabajar por y para la mejora de la salud mental de nuestros niños, adolescentes y jóvenes supone incorporar de modo activo y protagónico la acción combinada de los otros agentes, profesorado y familias.

José Antonio Luengo Latorre

Decano-Presidente

Colegio Oficial de la Psicología de Madrid

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