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Goyo Domínguez: Humildad, sencillez y modestia a través de la pintura

Quién le iba a decir a Ireneo y a Sara que aquel pequeño Goyo que cogía los tizones del corral para pintar las paredes cuando aún no había dado ningún paso, sería la misma persona que daría vida al rostro de Marcelino Champagnat.

Nacido en el seno de una familia sencilla, Gregorio Domínguez González (llamado Goyo cariñosamente) nació en la provincia de Burgos (España). Su padre tenía un “talento natural” para el dibujo y realizaba retratos de sus hermanos: “Sin duda heredé de él esta afición por el dibujo”, señala el artista.

Su trayectoria con la Institución comenzó con 10 años cuando el H. Agustín Carazo, formador de Goyo, descubrió a este genio del dibujo mientras le ayudaba con algunas asignaturas escolares. Durante su noviciado en Sigüenza (España), aprovechó una pequeña imprenta para hacer todos los dibujos relacionados con la revista de la que, en aquel entonces, era la provincia marista de Madrid: “Eran cosas muy sencillitas a las que tengo mucho cariño”. Todo este material posteriormente lo recopiló Ediciones Paulinas en una especie de álbum para catequistas. Sin embargo, no fue hasta 1977 (cuando Goyo tenía 17 años) el momento en el que esta misma editorial le encargó las ilustraciones del libro ‘Los grandes amigos de los niños’. Tal y como señala el artista, este fue su primer trabajo remunerado antes de exponer cuadros en galerías de Madrid a partir de los 28 años.

Lo que Goyo pretende reflejar a través de sus obras es lo que él denomina “su experiencia vital”. “Plasmo lo que es mi carácter con todo lo bueno y los defectos que tengo. Mi forma de ver la vida en la que procuro dar una visión positiva, amable, con sus luces y sombras, pero una visión optimista y luminosa de la vida. -explica el artista- Cuando pinto siento el consuelo de que esas obras puedan dar esperanza a gente que las pueda ver y disfrutar”.

Estrechamente ligado con la Institución, para él pintar obras para los maristas es un sinónimo de hacer un reconocimiento a los hermanos: “Es una forma de gratitud y de plasmar todo lo que yo he recibido de ellos sobre todo en experiencias, en ética y en religión. Intento reflejar mis vivencias de hermandad, de humanidad y de servicio con ellos. En definitiva, todas las cosas buenas que, durante los años que conviví con los maristas, tuve la oportunidad de compartir con tantos hermanos”.

Popularmente conocido como el artista que dio vida al rostro de Marcelino Champagnat, Goyo se basó en un dibujo que le hicieron al fundador una vez que ya había fallecido y en una estatua de estilo neoclásico realizada en Francia para pintar la que tal vez sea su obra más reconocida dentro de la Institución. Según cuenta el artista: “un dibujante hizo un estudio a lápiz del rostro de Champagnat y a partir de esa estructura, empecé a hacer bocetos y a darle vida, a ponerle en diferentes posiciones y con diferentes expresiones. Todo esto lo iba contrastando con los hermanos y otros compañeros como Teodosio Sánchez, que era también un gran conocedor del arte. Él me daba sugerencias o me decía posibilidades para hacer de diferentes formas a Champagnat”.

Y es que Marcelino Champagnat ha guiado totalmente la carrera artística de Goyo: “Lo tengo muy presente, siento que me ayuda a seguir para delante y a superar dificultades. Lo siento como alguien que está aquí a mi lado”. “De hecho, tengo en el estudio reproducciones de las obras maristas que he hecho y fotografías que otra gente me ha mandado”, añade. 

Goyo apuesta por una formación en valores éticos y humanos. Hace un llamamiento a todos los docentes maristas: “Es importante reivindicar todos los aspectos artísticos que son manifestación de libertad y de trascendencia. Hay que luchar por tener espacios y tiempos para que los alumnos puedan desarrollar sus habilidades. El arte puede ayudar a seguir dando la cara por todos esos valores de libertad y humanidad”.

La obra que considera más significativa es el mural de la Familia Marista que hizo para la Casa General (Roma, Italia) ya que lo recuerda como algo “muy sentido, muy vivido y contrastado”. En aquel tiempo, el H. Carazo era el encargado de las causas de canonización y beatificación en la Santa Sede además de ser quien le orientaba con el mural. 

Otras pinturas que destaca el artista son el mural para el hall del Colegio Chamberí (Madrid, España) y el mural del comedor del Colegio San José del Parque (Madrid, España), que “en cuanto a técnica es bastante diferente a otras cosas que he hecho. Estoy muy contento con el resultado, aunque los artistas ya sabes que somos un poco insatisfechos en nuestro trabajo”.

Pero no son las únicas. El artista también ha sido capaz de sacar la figura de la Buena Madre de una montaña y de una cascada, de reproducir la Última Cena con el rostro de cada uno de los apóstoles o de ilustrar la vida completa de Champagnat a modo comic, entre otras muchas cosas. Actualmente, tanto sus obras como las reproducciones de las mismas se encuentran en cada rincón marista que hay en el mundo: capillas, pasillos, comunidades, comedores, aulas… 

Así que no, nadie le dijo a Ireneo y a Sara que ese pequeño gateando se convertiría en uno de los mayores protagonistas de la historia marista ni que daría vida al rostro más emblemático de la Institución. Lo que seguro que sí imaginaron era que sería humilde, sencillo y modesto, tanto como las tres violetas de aquel famoso jardín que nombraba la canción.

Cristina Plaza Sánchez – responsable de comunicación y marketing Champagnat Global

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