LA CORRESPONDENCIA
Mi nombre es Julio Zanuttini y tengo 50 años. A los 12 me consagré a María, en la capilla del Colegio Corazonista de Venado Tuerto, donde realicé el último año de la escuela primaria y el secundario completo.
A los Maristas los conocí cuando estudié Magisterio en el ISMA. Unos años más tarde me llamaron para trabajar en el Colegio Champagnat de la calle Montevideo.
En una oportunidad, a mediados del año 2004, un hermano me invitó para hacer una experiencia de voluntariado en el Chaco. Yo le había pedido para poder trasladarme a Rosario, más cerca de mi familia, pero él insistió en que fuera primero a la escuela de los wichi, que los Maristas acompañan desde su fundación, en el Impenetrable Chaqueño.
«Venir al Chaco es una dosis de aventura, misión y riesgo», me dijo el H. Arturo que ya estaba trabajando en Misión Nueva Pompeya, para convencerme.
Pedí los permisos correspondientes y me fui a conocer, con la maleta para dejar y mi bolso viajero. Recuerdo haberme dicho que si no me gustaba el lugar, haría el esfuerzo por quedarme hasta el final del año. Pero todo resultó muy distinto. Quedé encantado con el proyecto. Conocí a Biemba, también docente de la escuela Cacique Francisco Supaz y al poco tiempo nos casamos. Tenemos dos hijos: Gerónimo de 17 y María Paz de 15. Pronto se cumplirán 20 años de mi llegada.
La tarea de acompañar
Los Hermanos Maristas llegaron a esta zona en 1979. Primeramente trabajaron en el pueblo, con población criolla y algunos pocos aborígenes que tenían posibilidades de venir al pueblo para estudiar. Dirigían la escuela N°562 «San Marcelino Champagnat». Fueron partícipes del nacimiento de otras instituciones en esta incipiente población que se estaba constituyendo como pueblo.
A 500 km de la ciudad de Resistencia, en el corazón de esta gran masa boscosa, los wichi habían quedado solos, nuevamente, y anhelando los tiempos «aquellos» de la presencia franciscana primero, y la de la Hna. Guillermina, laicos y curas pasionistas (conocida como la época de la Cooperativa). Una vez más lo habían perdido todo: territorio, trabajo, recursos…
En el marco de los 500 años de la evangelización, los hermanos proponen un «monumento vivo», e invitan a todos los colegios a sumar recursos para acompañar el sueño de la comunidad wichi de tener una escuela propia, que contemplara su lengua y cultura. El 1 de julio de 1994, con 42 niños inscriptos, comenzó a funcionar la escuela bajo la modalidad «Intercultural bilingüe».
Los hermanos, sobre todo Teo y Arturo, nos transmitieron a los laicos esa manera de trabajar en equipo, la escucha atenta, la pasión y la humildad… y un objetivo claro: que miembros de la comunidad fueran asumiendo la conducción, administración y gestión de la institución.
Cuando me integré, en el año 2005, había escasez de profesores y se necesitaba implementar el EGB3. Habían mandado la invitación a las distintas obras Maristas de Argentina solicitando docentes que quisieran venir un tiempo. A mí me pidieron dar clases de idioma castellana, como segunda lengua, y también en las alternancias (proyectos de investigación e intervención sociocomunitarias). Por primera vez, y sin la preparación del profesorado, aprendí a trabajar en pareja pedagógica, con un colega wichi, pues no tenía las principales competencias (lingüística y cultural) para trabajar en esta realidad. Además me sumé a ENDEPA (Equipo Nacional de Pastoral Aborigen), y participé del proyecto de autoconstrución de 351 aljibes en las viviendas ubicadas dentro de las 20.000 hectáreas (territorio comunitario con título de propiedad).
Desde el primer momento me sentí acogido, y creí que era posible. Hoy, cuando miro el proceso de estos 30 años, refuerzo la idea de que la escuela es transformadora de contextos.
Actualmente los directores, secretarios, perceptores, profesores guías, profesores interculturales, auxiliares docentes, maestros bilingües, maestranza, encargado de la despensa, cocineras… son wichi (muchos de ellos exalumnos). No conformes con el título habilitante continúan realizando postítulos, diplomaturas, licenciaturas… Genera mucha esperanza los perfiles de los docentes indígenas jóvenes que se van sumando al proyecto. Recuerdo cuando asumió Héctor Palavecino (con título de técnico) como primer director wichi, y los comentarios malintencionados en el pueblo que aseguraban que la escuela se desplomaría. Sin embargo la matrícula se duplicó…
No es menor saber que en cada etapa de construcción hubo miembros de la comunidad construyendo mientras aprendían el oficio. El sentido de pertenencia es tan fuerte, entre otras cosas, porque todos sabemos que la Cacique Supaz es una escuela wichi.
Hace diez años se sumaron los trabajadores de la planta Pacheco de Volkswagen. Dos veces al año se vienen una semana para compartir con los estudiantes. Les traen las mochilas con los útiles, calzados, ropa, mercadería para el comedor… y nos ayudan a realizar tareas de mantenimiento, pintura y distintos talleres de capacitación.
Creo que aquí podemos observar con mucha claridad la conjunción del aporte mancomunado del Estado, las familias, la congregación, los padrinos y tantas personas que individualmente hacen posible que este pequeño sueño de un grupo de padres siga creciendo y sosteniéndose en el tiempo.
Desde el año 2023, por distintas circunstancias, los laicos quedamos a cargo y con la responsabilidad de que el carisma siga presente. No hay dudas que los hermanos, sobre todo Teo y Arturo, supieron transmitirnos esa manera de acompañar tan particular que tenemos los Maristas. Siempre decimos en nuestros encuentros, que supieron escuchar lo que el pueblo wichi les estaba pidiendo… con pasión y a contracorriente, nos dejaron un objetivo claro hacia donde caminar.
Valoramos y necesitamos esa presencia cercana de la «gran familia Marista», que a través de las visitas de los distintos equipos, voluntariados o del mismo Provincial, nos hacen sentir queridos.
Esperamos, a pesar de todo, poder continuar garantizando derechos a los más pequeños e históricamente postergados de nuestro territorio nacional, con la esperanza de que algún día la sociedad toda entienda que la pluriculturalidad es una riqueza, y que los pueblos originarios son un reservorio de humanidad al que podremos recurrir cuando nos demos cuenta que lo material jamás adquiere mayor valor que la persona misma.
¡Les mandamos un abrazo grande y la invitación a que puedan venir a visitarnos!
Julio Zanuttini